jueves, 19 de noviembre de 2009

Zarzuela moderna

Descubro dos nuevas webs sobre Madrid: Madrid me mata y Somos Malasaña. A esta última pertenece el siguiente fragmento sobre la Plaza de la Luna:

Una mujer se tambalea mientras canta con aspaviento de gran dama Y los chicos del barrio le llamaban loca, su concurrencia: un anciano de garrota que no entiende nada y, sentado a su lado, un muchacho subsahariano que no entiende el español. Al otro lado de la plaza el pintarrajeado ascensor del aparcamiento da cobijo a una prostituta de cierta edad que saluda cordialmente a un vecino, que viene de comprar en el Sabeco de enfrente. Un Sabeco regentado por chinos. No cabe duda de que la plaza de Luna ofrece buen material para un sainete moderno, podría resultar entrañable si no mediara tanta miseria.


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domingo, 15 de noviembre de 2009

Calle La Palma

por Anaís Berdié
Publicado en El País 15/11/2009


El principal reclamo publicitario de los hermanos Relloso hasta ahora era un cartel en la puerta de su establecimiento, escrito a mano con letras de dos colores, en el que se lee: "Hacemos ricos bocadillos surtidos". Desde hace unos días, los hermanos Relloso, que regentan una tienda de alimentación en el número 21 de la calle de La Palma (Malasaña), son los protagonistas de un anuncio, posan para un cartel publicitario y pronto tendrán un folleto que hablará de la calidad y variedad de sus productos y de los 40 años de historia del comercio. La culpa de que los Relloso -Joa-quín (58 años) y Pedro (53)- hayan llegado a protagonizar semejante campaña de marketing en los tiempos que corren, la tiene una camiseta.

En la prenda en cuestión rezaba el siguiente lema: "Nueva York, London, Tokio, Malasaña". Cuando la vio Miguel Benfica, un publicista brasileño afincado desde hace un año en Madrid, se le encendió una de esas bombillas que aparecen en los tebeos representando una idea. Acababa de instalarse en las oficinas de la empresa de publicidad JWT Delvico, en la calle de La Palma, y estaba fascinado por el entorno. "Nunca había trabajado en un sitio tan chulo como este barrio", explica Benfica. Así que la camiseta le sirvió de inspiración. "Si hay un Soho en Nueva York, ¿por qué no puede haber un Malasaña en Madrid?", pensó el publicista. Y aquella bombilla imaginaria se convirtió en un proyecto real.

Tres creativos de la empresa se dedicaron a recorrer de puerta en puerta los comercios de la calle de La Palma, con una propuesta difícil de rechazar: hacerles anuncios gratis. "Yo me quedé flipao. Ya nadie ofrece nada gratis", admite Roberto Rodríguez tras el mostrador de su tienda de bicis Lowrider, en el número 3 de la calle. Suena música hip-hop de fondo mientras el comerciante, pelo rapado y ropa ancha, reconoce que pasó un poco de vergüenza actuando para el anuncio publicitario que ahora aparece colgado en Internet (www.callelapalma.com).

En él aparece Rodríguez saliendo de un videoclub y montando en una bicicleta personalizada al estilo chicano como las que vende en su tienda. Cuando el dependiente del videoclub comprueba la película, una de las antiguas cintas VHS, se enfada porque el dueño de Lowrider la ha devuelto sin rebobinar. En ese momento aparece el eslogan del anuncio: "Bicicletas que te hacen un poquito más malo". Rodríguez, con su aspecto de tipo duro, da el pego. "Hay muy buenos actores en el barrio", afirma el publicista Benfica.

"Me sentí como si estuviera actuando para el cine", relata Iris Bueno, ecuatoriana de 49 años y dueña de Arreglos Bueno's, en el número 40. Los publicistas visitaban el negocio para inspirarse, en dos o tres horas nacía la idea y en poco más de media hora de grabación quedaba listo el vídeo. "La mayoría de mis amigas ya me han visto", afirma orgullosa Bueno, con su metro de costurera colgado del cuello. "Me pareció una idea estupenda", opina. "Hay publicidad tanto para ellos como para nosotros".

En la minúscula tienda Gilda, especializada en coleccionismo de cine e imagen, recibe Alfredo Puig con el mismo look -chaleco con bolsillos sobre camisa y corbata- con el que aparece en su anuncio. "Me dijeron que tenía bastantes dotes de actor", lanza este comerciante del número 16. "La idea parece bastante efectiva", añade. "Mucha gente ya me ha dicho que me ha visto. Incluso en el banco y en Correos". "Nosotros no hemos notado nada de momento", confiesa el mayor de los hermanos Relloso, los de la tienda de bocadillos, que se arranca a lamentarse por la crisis y por cómo ha cambiado la clientela ("la gente ya no da ni los buenos días", afirma). "Pero nos parece una idea original para animar el comercio", añade.

Los tenderos reconvertidos a actores, de momento, son 10. Son dueños de comercios de todo tipo, desde la juguetería erótica Sex Apilas, a las tradicionales Bodegas Rivas, pasando por la tienda especializada en manga Otaku o la esotérica La Tortuga Feliz. El proyecto pretende ampliarse, poco a poco, a todas las tiendas de la calle de La Palma. A los vídeos les seguirán carteles, fanzines y eventos para reivindicar el pequeño comercio de barrio. Todo con el espíritu de "coste mínimo, máxima creatividad" que defiende el publicista Benfica.

"Lo bueno de la crisis es que te permite tener tiempo y te obliga a pensar en formas de mejorar", afirma optimista Benfica. Está feliz con la repercusión que ha tenido su idea, con la que salen ganando tanto ellos como sus "vecinos" tenderos. Y, desde su despacho en las modernas oficinas de JWT Delvico, deja una reflexión: "Si todas las empresas empezasen a ayudar a la comunidad, imagina qué sería de nuestro país".

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lunes, 26 de octubre de 2009

El Barman de Novecento

por David Gistau

publicado en El Mundo

Cuando cerró Balmoral y tapiaron la puerta con ladrillo, uno pensó que algunos habituales habrían preferido quedarse dentro y compartir el destino terminal del bar, igual que el pianista de Novecento con el trasatlántico del que jamás desembarcó. A cierta hora, Balmoral era un bestiario de la calle Serrano que contenía todos los modos posibles de anudar una corbata y de mezclar un cóctel. Pero, pasado el cabo de Hornos de la medianoche, con permiso ya para anillarse la oreja, Balmoral se convertía en otra cosa, en una guarida que ha influido en muchos escritores y periodistas que hacían la mili de las letras en Madrid. Tan flexible era el encuentro de generaciones, que en la misma barra, según dónde pegaras la oreja, lo mismo podías oír hablar de la última novia que de la última prohibición del médico, de los primeros renglones publicados o del premio a toda una vida. Y, siempre, de intrigas, de artículos, de toros, de pintores, de fútbol, de munición para antílopes, de vanidades, de plegarias atendidas y de malditos con gabán.

Balmoral cerró, y aquel grupo de los habituales se dispersó de tal forma que muchos ni siquiera volvieron a verse jamás, tal vez porque no recordaron que era el bar lo que les había permitido ejercer la amistad durante años sin haber cambiado siquiera los números de teléfono. Siempre confiados al encuentro. A los dos barman, Manolo y Agustín, se les encomendó la misión de encontrar un hueco en Madrid donde refundar Balmoral como si se tratara de uno de esos castillos que los magnates americanos trasladaban piedra a piedra. Entonces, bastaría con incorporar la nueva dirección al piloto automático para recuperar la Isla Tortuga de los que acababan de entregar el folio. Agustín lo intentó con un bar que se llamó Angus. Pero hace apenas unos días, le encontraron muerto en su casa, casi como si hubiera escogido quedarse dentro cuando tapiaron la puerta de Balmoral. Con él termina la historia, no lo bastante contada, de un rincón de Madrid equidistante de Ava Gardner y la Movida, de Foxá y Loquillo. Y no queda más remedio, ahora sí, que buscarse otro bar.

A Agustín, un cascarrabias que reía como el Lindo Pulgoso, un cocinero que guisaba en marmitas como las de la bruja, un ángel custodio que se quedaba con las llaves del coche de los muy bebidos, Ruiz Quintano siempre le recordará corriendo el cerrojo para dejar salir a los últimos de la noche. Y a lo mejor eso nos vale para imaginar cómo será el acceso al Más Allá de los bebedores: no un barquero como Caronte, sino un barman como Agustín que, mientras ríe áspero con las cejas circunflejas, abre la cancela a quienes habrán de quedarse dentro.

El oso, el madroño y el ángel dorado

Podría fulminarte con mi mirada y con mi cigarro
Donde el autor sale de paseo en domingo por las calles más turísticas de Madrid.


por Ambrosius


"Me estoy tomando un medicamento fortísimo y si vivo, me quedan todavía cinco años más", escucho decir a un hombre ligeramente obeso que camina acompañado de dos señoras ancianas por la plaza de Jacinto Benavente. La siguiente frase que registro es más diáfana: un niño pequeño vestido de domingo, con unos pantalones rojos subidos casi a la altura del cuello, camisa de cuadros por dentro, habla en una cabina de teléfono, junto a su madre. "Abuela, te llamo desde una cabina de teléfonos". Habla casi de puntillas.

Madrid en domingo, alrededor de la Plaza Mayor y la Puerta del Sol, más inhóspita que nunca después de casi diez años de obras. Han cambiado la estatua del oso y el Madroño de sitio, y cuando paso junto a su antigua ubicación veo a una familia de turistas mirando el vacío insólito.

Las estatuas humanas que se mueven cuando les echas una moneda, el hombre que hace musica frotando copas, el bar del bocata de calamares, la tienda de souvenirs con banderas españolas y toreros, un chino vestido de orangután se quita la cabeza de orangután y se fuma un cigarro sentado sobre los adoquines de la Plaza Mayor.

Las estatuas humanas que se mueven cuando les echas una moneda: el vaquero junto al banco Bankinter y un ángel dorado que flota en el aire. Pero flota de verdad. No se ve el truco por ninguna parte. No se ve la escalera o la silla sobre la que debería estar sentada. Cuando termina su número se sienta encima de una escalera y fuma un cigarro con caladas muy espaciadas. Mira muy fijamente a su manager, o mago, o chulo, que luego, una vez iniciado el espectáculo, se sienta en un portal cercano a bostezar.

Alrededores: una marina impresionista junto a una de los soportales de la Plaza Mayor, rodeado de filatélicos y dibujantes de caricaturas. Tres rubias jóvenes desoladas en la terraza de la chocolatería San Ginés. Habrían leído algo prometedor en su guía de viajes y se encuentran en un callejón poco pintoresco, atendidas por un camarero antipático. Posiblemente avergonzadas. La estafa y el cansancio, la maldición del turista.

¿Y qué tiene de malo el turismo? ¿Y las tiendas de souvenirs? ¿Y las estatuas humanas, sobre todo cuando flotan en el aire y visten de ángel dorado y por muchas vueltas que des alrededor no eres capaz de descubrir el truco? ¿y el hombre que hace música frotando copas de cristal? ¿Y los pastores que una vez al año vienen a Madrid con sus ovejas para salir en los telediarios del domingo? ¿y los mesones con forma de cuevas donde viejos con pajarita sirven tortilla, sangría y croquetas?

Y ahora, ¿dónde queda la gente cuándo queda en el oso?


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lunes, 14 de septiembre de 2009

Al otro lado del luminoso














Interior de una de las habitaciones del torreón del Hotel Vincci Capitol, con el famoso cartel de Schweppes delante. Foto de CRISTÓBAL MANUEL.

por Patricia Gosalvez
Publicado en El País

Por detrás, el neón de Schweppes no es tan glamuroso. Aunque la fachada del edificio Capitol, inaugurado en 1933, ha sido fotografiada millones de veces, no tantos han contemplado la vista desde el otro lado. Dentro de las habitaciones del torreón del hotel Vincci Capitol, en lo alto de Callao, la visión de la Gran Vía está interrumpida por las letras amarillas. Hierros, cables, tubos, baterías, plataformas para los operarios que cambian bombillas y pasan el trapo... Puede que no sea una visión glamurosa, pero es pura ciudad. De noche, los reflejos del cartel rebotan sobre las paredes amarillas y la cama redonda.

Hacía cuatro años que los arquitectos, Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced, habían salido de la facultad cuando el marqués de Melín, Enrique Carrión, les encargó el proyecto. Como buenos jóvenes modernos miraron hacia Nueva York y soñaron un rascacielos. Luego miraron hacia el expresionismo alemán y le dieron una fachada simbólica, curva. Tenía forma de barco y su destino era la vanguardia.

El entonces llamado Carrión, fue uno de los primeros "edificios comerciales" de España. Dentro se satisfacían todas las necesidades del hombre moderno. Había cine, salón de té, sala de fiestas, bar, economato, despachos y los primeros apartamentos amueblados que se alquilaron en Madrid. "Un intermedio entre el hotel y la casa de cuartos de alquiler", explicaba la revista Nueva Forma (1935). "Como en esta época el tiempo es oro", seguía el artículo, "los ascensores son rapidísimos y, desaparecidos los timbres, por medio del teléfono se obtiene servicio inmediato".

En la memoria del proyecto, conservada en el archivo del Colegio de Arquitectos de Madrid, los autores prometían: "La fachada del torreón será utilizable para la instalación de carteles luminosos". Llegó a haber una docena, pero en 2007 sólo el de Schweppes sobrevivió a la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior. Se había ganado la "singularidad" a pulso: es la postal más famosa de Madrid, la escena clave de El día de la bestia y la portada de un disco de Nacha Pop.

Sin embargo, la gran novedad del Carrión no estaba en la fachada, sino en las tripas. Fue el primer edificio con aire acondicionado total de Madrid. "Como el que existe en los cinematógrafos del extranjero", dice la memoria, "por el que se consigue mantener el ambiente en el llamado clima artificial de primavera". La sala de máquinas ocupaba tanto como el cine (que con 1.800 plazas sigue siendo de los mayores del centro). Necesitaba tanta energía que tenía su propia subestación eléctrica. La instalación costó un quinto del presupuesto de 12 millones de pesetas.

Hoy, la refrigeración se esconde en los falsos techos y, sólo remodelar el hotel, costó en 2007 10 millones de euros. Cuando se hizo, llevaba años de capa caída. Un hotel de tercera en la mejor ubicación de Madrid. "Había hasta ratones", dice José Luis Sánchez, que lleva 25 años trabajando en las sucesivas cadenas que han ocupado la plaza y tiene anécdotas maravillosas como la de Dimitrescu, un político rumano que vivió durante años el exilio en una de las habitaciones. Ahora todo está nuevo y limpio. De la decoración original diseñada por Feduchi no queda nada salvo el pasamanos de la escalera y la barra de cobre del bar. También han sobrevivido los planos de obra que decoran los pasillos y algunos antiguos libros de registro. En 1951, las habitaciones iban de 50 a 140 pesetas, hoy oscilan entre 120 y 450 euros. La más cara está en lo alto del torreón, por encima del luminoso. "Algunos clientes dicen que lo mejor son las vistas de la 1201 y José Luis el barman", se jacta él mismo. Las vistas, desde luego, son apabullantes. A un lado, el Madrid de los Austrias, al otro, los neones de la ciudad moderna.

Parto en la Gran Vía

por Pablo Linde
Publicado en El País

El coche salió de casa con tres personas y a la altura de Príncipe Pío ya eran cuatro. Se dirigió hacia la plaza de España y, mientras pitaba, hizo un cambio de sentido para reclamar la ayuda de los agentes de movilidad que llevaban toda la tarde pendientes del tráfico de la Gran Vía.

Cuando los agentes se aproximaron al coche, una mujer boliviana de 22 años esperaba con un bebé ensangrentado entre las piernas.

El parto en plena Gran Vía lo vio desde muy cerca María Magdalena, una mujer polaca que paseaba con sus hijos por la zona sobre las seis y media de ayer.

María Magdalena, que se dirigía a un casting para salir en un programa de televisión, se acercó a la pareja y cuando vio a la chica que acababa de dar a luz en mitad de la calle no se lo pensó dos veces. Se quitó la camiseta rápidamente para que cubrir con ella al recién nacido y se quedó en sujetador en pleno centro de Madrid.

"Iban a envolverla en el chaleco reflectante que hay en los coches. Eso seguro que está sucio y tiene gérmenes. Ante una situación así da igual estar en ropa interior o desnuda", contaba María Magdalena tan sólo unos minutos después del parto.Al poco tiempo llegó un equipo del Samur que montó rápidamente un hospital de campaña y atendió a la mujer y al niño recién nacido. Prácticamente no hizo falta utilizar la instalación. Ambos se encontraban en perfecto estado de salud y fueron trasladados al hospital Clínico sin que corrieran peligro, según confirmó un portavoz del servicio de asistencia municipal.

Toda esta operación duró aproximadamente media hora, según contaban otras dos testigos que se encontraban entonces en el costado oriental de la plaza de España, a pocos metros de allí.
Parto por sorpresa

María Magdalena preguntó al hombre y a la mujer que iban con la chica en el coche que cómo les había pillado por sorpresa el parto. "Eso se nota, lo sé por experiencia". Me respondieron que la joven no sabía que estaba embarazada. Contaron que empezó a sentirse mal de la barriga y dijo que le estaba saliendo algo duro", relataba con extrañeza por la esperpéntica historia.

Todavía llevaba en el bolso la camiseta ensangrentada donde habían envuelto al recién nacido, pero ya se había tapado con otra que le había traído uno de sus hijos de casa, a pocos metros de donde sucedió todo.

Con su nuevo atuendo, tras asistir a la parturienta, la mujer se dirigió directa hacia una carpa que Televisión Española montó ayer en la plaza de España con motivo del 50º aniversario de la cadena en Cataluña.

María Magdalena se presentó a un casting para un programa de televisión. Tardó un minuto en hacer la prueba. Si la seleccionan saldrá en la tele la semana que viene tras el telediario.

martes, 25 de agosto de 2009

Mapa dibujado de Madrid

Círculo de Bellas Artes, Dibujo de Enrique Flores


Urban Sketchers
es un blog comunitario que se nutre de una fabulosa red de corresponsales que cuelgan en la web esbozos y apuntes de escenas cotidianas de sus respectivas ciudades: barras de bar, viajeros de autobuses, tejados, cables de luz, atardeceres.

Los corresponsales de Madrid han elaborado un mapa jalonado con chinchetas. Si pinchas, aparece un dibujo.

Un mapa digital. Ese es el formato soñado para este blog.

Ellos ponen las imágenes, nosotros los textos.

martes, 14 de julio de 2009

Matamendigos

Por Patricia Gosálvez
Publicado en El País.13/07/2009
Serie: Los crímenes que cambiaron Madrid

Si la historia ocurriese en la ficción, parecería exagerada: durante cinco años, un mendigo asesina indiscriminadamente a otros vagabundos. Su violencia es brutal: mutila, decapita, lapida, destripa, quema y se come a sus muertos. Oye voces. Se bebe cinco litros de vino diarios mezclados con sedantes. Cuando estuvo en la cárcel por violación, cuidaba de pájaros en su celda; los pájaros estaban muertos...

"Ojo con inspirarse en hechos reales, que algo haya sucedido no significa que el lector se lo vaya a creer", dice Juan Aparicio-Belmonte, autor de novela negra y profesor del curso True Crime en el Hotel Kafka (que no es un hotel, sino una productora editorial). Es el último día de clase. Durante 14 sesiones, abogados, forenses, criminólogos, policías, jueces o psiquiatras han educado a escritores en ciernes sobre la realidad del crimen. Los alumnos han aprendido cómo funciona una persecución, cómo se instruye un caso, que los presos españoles no llevan uniforme, que las huellas dactilares sólo se cotejan con las de quienes tienen antecedentes. Han practicado en un campo de tiro para sentir cómo es un arma y visitado una cárcel para ver lo que es estar dentro. En televisión, todas las series policiacas tienen asesores para asegurarse de que no metan la pata. El curso del Hotel Kafka (que se repetirá la próxima primavera) consiste en que los escritores y guionistas cuenten (por unos 400 euros) con esa misma ayuda. "Normalmente, en los cursos de escritura sólo te dan clase otros escritores; aquí hablas con gente de verdad que trabaja cada día en los ambientes que tú quieres contar", dice la alumna Carmen Espinosa, psicoterapeuta en paro de 45 años. "Cuando te sientas a escribir novela negra te salen cosas muy infantiles, muy influidas por las películas americanas, mucho topicazo". "Lo peor del curso es que he aprendido que la policía no es tonta, y eso es un problema", dice misteriosa. "Yo quiero que mis asesinas salgan indemnes y ahora me va a costar más justificar que no las pillen".

El mendigo asesino tuvo una infancia difícil, marcada por la depresión, la delincuencia y las palizas paternas. Le diagnostican esquizofrenia y alcoholismo crónico. Desde pequeño visita el cementerio para masturbarse entre las tumbas. De mayor llega a exhumar tres cadáveres, los apoya contra un muro y lo hace ante ellos. En el juicio declara que no pudo acercarse más por el hedor.

El profesor da su último consejo: "En la vida real todo lo que pasa es verosímil, no así en la ficción: hay que persuadir al lector para que se lo crea, hay que elaborar el relato". Le acompaña en la palestra otro autor, Juan Madrid, para quien "el crimen es el pretexto para contar la historia", y el mando de la Guardia Civil Ángel García Collantes. "Espero que hayáis aprendido el argot y la realidad de los protocolos", dice con un suspiro (probablemente haya leído muchas cosas que no se parecían en nada a la realidad). Ofrece su e-mail para dudas futuras. Los alumnos apuntan ávidamente. "El curso surge por una necesidad patológica de los autores de novela negra", dice Eduardo Vilas, director del Hotel Kafka, "antes, o tenías un amigo teniente o estabas perdido". Antes de despedirse, el alumnado sólo tiene una queja. Entre todos los profesionales que han ido desfilando por la clase -desde expertos en profiling, que hacen perfiles criminológicos, hasta entomólogos forenses, que estudian la fauna cadavérica- han echado en falta a uno: el delincuente, la otra cara de la historia. La que exploraron Chandler y Hammett, grandes del género.

El asesino, que ha entrado y salido de numerosos psiquiátricos y servicios sociales a lo largo de su vida, confiesa varias veces sus crímenes. Le toman por loco, nadie le escucha. Hasta que alguien lo hace y cuenta que ha matado 15 veces. Le ponen un abogado de oficio, pero otro, más mediático, ve el filón y se hace cargo. Pasa unos meses en el candelero. Los enormes titulares le apodan el Matamendigos.

Es una historia increíble. Pero pasó. Los cinco años fueron entre 1987 y 1993, el cementerio es el de la Almudena, el abogado chungo, Rodríguez Menéndez, y el asesino, Francisco García Escalero, que está condenado a 30 años en el psiquiátrico de Fontcalent. Su caso es uno de los Siete crímenes casi perfectos, el libro que ha surgido del curso True Crime (lo editará Debate en octubre). En él, autores de novela negra y criminólogos analizan la mente criminal, las técnicas de investigación, la sentencia y la historia que hay detrás de un puñado de casos recientes. El mendigo asesino, Nanysex, el Mataviejas... Historias terribles, inverosímiles pero ciertas.

martes, 30 de junio de 2009

Viejas máquinas de escribir

por ambrosius

Donde el autor entra en un taller de máquinas de escribir y escucha durante más de dos horas todo tipo de historias asombrosas. De pie y con un calor de cemento, asfalto y desierto tan típico de Madrid a estas alturas del año.

Esto es lo que fumo” dice señalando un paquete de ducados light. Viste mono azul, es bajito, las manos completamente negras, los ceniceros abarrotados, 39 años trabajando en este pequeño taller de máquinas de escribir y cajas registradoras que se acumulan en el suelo y en las mesas, algunas desparramadas en montañas de carcasas, otras a medio destripar, y por fin las elegidas para la gloria, cubiertas de plástico, listas para ser compradas (sin talones, a mi el dinero en mano). Es un taller caótico que contrasta con la pulcritud de sus carteles escritos a mano. Mi preferido: “Sumadora de capricho”. Género de todos los países y todas las épocas (incluida una pieza de finales del siglo XIX). Marcas con sonoridad de revolver del oeste: Underwood (que pronuncia húngaro), Sediel Maumann Dresde, Borroughs, Rheinmetall (esa casa construía los cañones de Hitler), Remington y una Erika que esconde un secreto que contaré al final. Las mejores, por supuesto, las Hispano Olivetti. Su padre, me explica, fue jefe de taller de esta casa. No para de hablar en ningún momento. Suena Onda Cero. El locutor explica que el Valencia declara a Villa intransferible. Fuera hará 38 o 200 grados y a veces pasan chicas jóvenes con poca ropa que echan miradas desganadas al otro lado del cristal donde estamos él y yo hablando (más bien el hablando y yo escuchando) de máquinas de escribir, de nazis, de francesas en top less, de obuses y metralletas y de la inutilidad de los ordenadores. Y para convencerme me explica cómo escribir el símbolo de euro en un viejo teclado de los años 50. ¿Cómo? Muy fácil. Tecleas primero una C y encima de la C tecleas un igual. Pasan dos horas y en este tiempo fumamos un cigarro. A veces desconecto y repaso mentalmente la lista de las cosas de las que tengo que acordarme para escribir este artículo. Lo más difícil, los nombres extranjeros de las máquinas de escribir. La solución, escribirlos en el móvil, como si estuviese mandando un mensaje. El objetivo: no parecer un periodista.

No sólo arregla las máquinas en su taller, sino también a domicilio, sobre todo hace años. Me habla de Silvie, una francesa representante de una casa de belleza que caminaba medio desnuda por el salón y se sentaba en el sofá sin nada arriba, pero abajo sí, claro, como si estuviera en top less y me decía: no limpies mucho la máquina, pero yo si la limpiaba; el alemán que vivía en la calle Hermosilla y le mostraba su pequeño museo del nazismo, con banderas, cruces de hierro y metralletas que él sostuvo entre manos (imita en mitad del taller el ruido de esa metralleta, mientras su cuerpo se agita en pequeñas sacudidas y dispara imaginariamente de izquierda a derecha); un soldado republicano que abandonó su puesto en la trinchera para ir a cagar minutos antes de que los obuses franquistas destruyeran su posición.Todo por unas lentejas en mal estado; imagínate él debajo del árbol y de repente puuuuuuuum. Atravesó los pirineos, escapó de un campo de refugiados, se escondió bajo el agua respirando por una caña llena de barro (y cuando levantaba la cabeza un poco, los soldados seguían allí, ejércitos enteros pasando por encima del puente. Si oían algo disparaban una ráfaga al río y seguían camino). Volvió a ver a los soldados alemanes desfilando en París. Uno de ellos iba arrastrando la pierna, afeando la geometría triunfal del desfile. Fue apartado de la fila por un superior, que lo llevó a un callejón y le ejecutó de un disparo. También me habló de un viejo demente, 'el Bareta', que recorría el barrio vestido de miliciano cantando a las Barricadas –pero era inofensivo, me aclara- hasta que unos de Fuerza Nueva le dieron un paliza. Una mexicana rica (eso sí que es una mujer) en un coche grande que se detiene a la puerta del taller a recoger viejas máquinas convenientemente reparadas. Un dandy vestido de blanco que gasta una broma a un gitano con un encendedor en forma de pistola y de cómo el gitano le espera a la salida de los toros y de cómo la policía tiene que escoltar al dandy hasta la entrada del metro.

Pero el personaje que me trae hasta aquí debe llevar ya varios años muerto. O no. Fue Oberscharführer de las SS y veo su rostro en un carnet encontrado en el falso fondo de una máquina de escribir de los años 30, modelo Erika, comprada a un cliente hace años. El hombre del taller me enseña orgulloso una copia plastificada. El original lo tengo en casa.Memorizo el nombre y cuando llego a casa hago lo que haría cualquier periodista.

Buscar en google.

Ese nombre aparece vinculado a una empresa de barcos y yates de Baden Wurtemberg, y en el foro Axis History dedicado a las potencias del Eje.

Próximos pasos: volver al taller, escribir a mi amigo Andreas y preguntarme por la veracidad de estas historias contadas por un excelente narrador solitario obsesionado por el nazismo.


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