lunes, 26 de octubre de 2009

El oso, el madroño y el ángel dorado

Podría fulminarte con mi mirada y con mi cigarro
Donde el autor sale de paseo en domingo por las calles más turísticas de Madrid.


por Ambrosius


"Me estoy tomando un medicamento fortísimo y si vivo, me quedan todavía cinco años más", escucho decir a un hombre ligeramente obeso que camina acompañado de dos señoras ancianas por la plaza de Jacinto Benavente. La siguiente frase que registro es más diáfana: un niño pequeño vestido de domingo, con unos pantalones rojos subidos casi a la altura del cuello, camisa de cuadros por dentro, habla en una cabina de teléfono, junto a su madre. "Abuela, te llamo desde una cabina de teléfonos". Habla casi de puntillas.

Madrid en domingo, alrededor de la Plaza Mayor y la Puerta del Sol, más inhóspita que nunca después de casi diez años de obras. Han cambiado la estatua del oso y el Madroño de sitio, y cuando paso junto a su antigua ubicación veo a una familia de turistas mirando el vacío insólito.

Las estatuas humanas que se mueven cuando les echas una moneda, el hombre que hace musica frotando copas, el bar del bocata de calamares, la tienda de souvenirs con banderas españolas y toreros, un chino vestido de orangután se quita la cabeza de orangután y se fuma un cigarro sentado sobre los adoquines de la Plaza Mayor.

Las estatuas humanas que se mueven cuando les echas una moneda: el vaquero junto al banco Bankinter y un ángel dorado que flota en el aire. Pero flota de verdad. No se ve el truco por ninguna parte. No se ve la escalera o la silla sobre la que debería estar sentada. Cuando termina su número se sienta encima de una escalera y fuma un cigarro con caladas muy espaciadas. Mira muy fijamente a su manager, o mago, o chulo, que luego, una vez iniciado el espectáculo, se sienta en un portal cercano a bostezar.

Alrededores: una marina impresionista junto a una de los soportales de la Plaza Mayor, rodeado de filatélicos y dibujantes de caricaturas. Tres rubias jóvenes desoladas en la terraza de la chocolatería San Ginés. Habrían leído algo prometedor en su guía de viajes y se encuentran en un callejón poco pintoresco, atendidas por un camarero antipático. Posiblemente avergonzadas. La estafa y el cansancio, la maldición del turista.

¿Y qué tiene de malo el turismo? ¿Y las tiendas de souvenirs? ¿Y las estatuas humanas, sobre todo cuando flotan en el aire y visten de ángel dorado y por muchas vueltas que des alrededor no eres capaz de descubrir el truco? ¿y el hombre que hace música frotando copas de cristal? ¿Y los pastores que una vez al año vienen a Madrid con sus ovejas para salir en los telediarios del domingo? ¿y los mesones con forma de cuevas donde viejos con pajarita sirven tortilla, sangría y croquetas?

Y ahora, ¿dónde queda la gente cuándo queda en el oso?


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